Algunos antecedentes
El estadio del espejo [le stade du miroir] fue para Lacan “una escobilla”
[une balayette] con la cual entró al psicoanálisis, según sus propias
palabras (10 de enero de 1968). Una escobilla que, según Erik Porge, limpia la
casa de Freud en lo relativo a la función del yo como núcleo del sistema
percepción-conciencia. El texto fue presentado por primera vez en junio de 1936,
en la Sociedad Psicoanalítica de París y, posteriormente, en el 14º Congreso
Psicoanalítico Internacional en Marienbad, en agosto de ese mismo año, donde la
exposición fue interrumpida por Ernest
Jones. El texto final se conoce con el título de “El estadio del espejo como
formador de la función del yo [je]
tal como se nos revela en la experiencia analítica”, publicado en 1949 e
incluido en 1966 en los Escritos.
Antes de su
redacción, Lacan había frecuentado el seminario de Alexandre Kojève, lo cual le
había hecho interrogarse por la génesis del yo a partir de una reflexión
filosófica, especialmente en la vertiente hegeliana. De tal suerte que Lacan
realiza una lectura de la segunda tópica freudiana (la de las tres instancias:
yo, superyó, ello) allegada a los planteamientos de Melanie Klein. Elisabeth
Roudinesco destaca que en ese momento sólo existían dos opciones: “una
consistía en hacer del yo el producto de una diferenciación progresiva del id,
actuando como representante de la realidad y encargado de mantener las
pulsiones” que es la veta tomada por la psicología del yo [Ego Psychology]. La otra,
en cambio, “volvía la espalda a toda idea de autonomización del yo para
estudiar su génesis en términos de identificación”. Precisamente, la segunda
veta es la tomada por Lacan.
El estadio del
espejo representa en la enseñanza de Lacan uno de los momentos claves —tal vez
el más importante— en la concepción del registro imaginario. Sin embargo, el
determinismo de las imágenes ya había sido destacado por él en trabajos
anteriores. La primacía del registro imaginario se muestra evidente en los textos
que se reúnen en Escritos bajo el título
“De nuestros antecedentes”. Por ejemplo, entre 1933 y 1934 Lacan publicó en la
revista Le Minotaure el artículo
“Motivos del crimen paranoico: el crimen de las hermanas Papin” (posteriormente
incluido en De la psicosis paranoica en
sus relaciones con la personalidad), donde mencionaba lo siguiente:
Si en el curso de su delirio Aimée transfiere sobre
varias cabezas sucesivas las acusaciones de su odio amoroso, es por un esfuerzo
de liberarse de su fijación primera, pero este esfuerzo queda abortado: cada
una de las perseguidoras no es, verdaderamente, otra cosa que una nueva imagen,
completa e invariablemente presa del narcisismo, de esa hermana a quien nuestra
enferma ha convertido en su ideal. Comprendemos ahora cuál es el obstáculo de
vidrio que hace que Aimée no pueda saber nunca, a pesar de estarlo gritando,
que ella ama a todas esas perseguidoras: no son más que imágenes.
Lo mismo sucede en “Más allá del
«principio de realidad»” de 1936, donde se encuentra la siguiente afirmación:
Pero el sujeto ignora esa imagen que él mismo presenta
con su conducta y que se reproduce incesantemente; la ignora en los dos
sentidos de la palabra, a saber: que lo que repite en su conducta, lo tenga o
no por suyo, no sabe que su imagen lo explica, y que desconoce la importancia
de la imagen cuando evoca el recuerdo representado por ella.
Y en el texto “Acerca de la
causalidad psíquica”, pronunciado el 28 de septiembre de 1946 en las Jornadas Psiquiátricas
de Bonneval, donde Lacan advierte la función alienante e identificatoria de la
imago en la constitución del yo:
La historia del sujeto se desarrolla en una serie más
o menos típica de identificaciones ideales, que representan a los más puros de
los fenómenos psíquicos por el hecho de revelar, esencialmente, la función de
la imago. Y no concebimos al Yo de otra manera que como un sistema central de
esas formaciones, sistema al que hay que comprender, de la misma forma que a
ellas, en su estructura imaginaria y en su valor libidinal.
Y aún a pesar de que la primacía
del registro imaginario ya antecedía a “El estadio del espejo…”, este breve —pero
endemoniadamente complejo— escrito es fundamental para el
psicoanálisis lacaniano, pues, en buena medida, es la cúspide de cierto momento pero también el inicio de una reinvención del psicoanálisis a través de un artificio.