Conocidos son los versos de Heinrich Heine, poeta y ensayista
alemán, que tanto gustaban a Freud, acerca del proceder del filósofo:
Con sus gorros de dormir y jirones de su
bata
tapona los agujeros del edificio universal.
La primera vez que aludió a ellos fue en La interpretación de los sueños (1900), al referirse a la
elaboración secundaria, uno de los cuatro procesos que toman parte en la
formación del sueño cuya tarea es conseguir que el sueño pierda su carácter de absurdo
e incoherente. La comparación sirve para señalar que, así como el filósofo trataría
de darle coherencia al mundo, tapando todos los huecos del absurdo, del mismo
modo la elaboración secundaria realizaría esta operación con las imágenes del
sueño.
Sin embargo, Freud recurre a esos versos en otras ocasiones, con
el objetivo de hacer una importante distinción. En una carta dirigida a Jung, el
25 de febrero de 1908, destaca lo que ya en otras ocasiones había hecho: su esfuerzo
por alejar toda especulación consciente de su proceder en el campo
psicoanalítico. Los filósofos, dedicados a la especulación, pueden crear un
sistema de pensamiento que dé origen a una visión del mundo, cosa que los
psicoanalistas no podrían realizar. ¿Por qué? Básicamente, porque su proceder
es más lento, dedicado a la experiencia analítica y no a la mera reflexión. El pensamiento por sí mismo no es una enfermedad, diría años después Lacan, pero puede llegar a enfermar.
Los versos comentados fueron recuperados en la 34ª conferencia de las Nuevas
conferencias de introducción al psicoanálisis (1933). Ahí Freud describe a
la filosofía como un enemigo inofensivo del psicoanálisis, pues ella “se aferra
a la ilusión de poder brindar una imagen del universo coherente y sin lagunas,
imagen que, no obstante, por fuerza se resquebraja con cada nuevo progreso de
nuestro saber”. Esta forma de concebir un sistema filosófico lo llevó a
compararlo con un “delirio paranoico”, en el cual todas las piezas del rompecabezas encajan a la perfección... un pensamiento sin agujeros.
Más allá de la imagen cómica del filósofo ―que ilustra muy bien a ciertos
autores de la filosofía moderna… en pantuflas y bata frente a una chimenea― lo
que habría que destacar es cómo Freud distingue al psicoanálisis del proceder
filosófico. Alejándose de la especulación y de la arquitectura teórica que
construye magníficos castillos en el etéreo, Freud coloca al
psicoanálisis por el sendero de una experiencia particular. Ni siquiera de una
experiencia que pudiera ser acumulativa, porque cada situación analítica es
distinta de la anterior. De modo que si el filósofo podría irse de bruces al
observar cómo le es imposible rellenar los huecos del universo, incluso al
darse cuenta de que su visión del mundo se agrieta, el psicoanalista trataría
de agujerear la teoría, hacerla estallar, resquebrajarla para que la
experiencia sea siempre nueva, en toda su singularidad.