domingo, 14 de septiembre de 2014

De un pensamiento sin agujeros


Conocidos son los versos de Heinrich Heine, poeta y ensayista alemán, que tanto gustaban a Freud, acerca del proceder del filósofo:  

Con sus gorros de dormir y jirones de su bata
tapona los agujeros del edificio universal.

La primera vez que aludió a ellos fue en La interpretación de los sueños (1900), al referirse a la elaboración secundaria, uno de los cuatro procesos que toman parte en la formación del sueño cuya tarea es conseguir que el sueño pierda su carácter de absurdo e incoherente. La comparación sirve para señalar que, así como el filósofo trataría de darle coherencia al mundo, tapando todos los huecos del absurdo, del mismo modo la elaboración secundaria realizaría esta operación con las imágenes del sueño.

Sin embargo, Freud recurre a esos versos en otras ocasiones, con el objetivo de hacer una importante distinción. En una carta dirigida a Jung, el 25 de febrero de 1908, destaca lo que ya en otras ocasiones había hecho: su esfuerzo por alejar toda especulación consciente de su proceder en el campo psicoanalítico. Los filósofos, dedicados a la especulación, pueden crear un sistema de pensamiento que dé origen a una visión del mundo, cosa que los psicoanalistas no podrían realizar. ¿Por qué? Básicamente, porque su proceder es más lento, dedicado a la experiencia analítica y no a la mera reflexión. El pensamiento por sí mismo no es una enfermedad, diría años después Lacan, pero puede llegar a enfermar. 

Los versos comentados fueron recuperados en la 34ª conferencia de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933). Ahí Freud describe a la filosofía como un enemigo inofensivo del psicoanálisis, pues ella “se aferra a la ilusión de poder brindar una imagen del universo coherente y sin lagunas, imagen que, no obstante, por fuerza se resquebraja con cada nuevo progreso de nuestro saber”. Esta forma de concebir un sistema filosófico lo llevó a compararlo con un “delirio paranoico”, en el cual todas las piezas del rompecabezas encajan a la perfección... un pensamiento sin agujeros. 

Más allá de la imagen cómica del filósofo ―que ilustra muy bien a ciertos autores de la filosofía moderna… en pantuflas y bata frente a una chimenea― lo que habría que destacar es cómo Freud distingue al psicoanálisis del proceder filosófico. Alejándose de la especulación y de la arquitectura teórica que construye magníficos castillos en el etéreo, Freud coloca al psicoanálisis por el sendero de una experiencia particular. Ni siquiera de una experiencia que pudiera ser acumulativa, porque cada situación analítica es distinta de la anterior. De modo que si el filósofo podría irse de bruces al observar cómo le es imposible rellenar los huecos del universo, incluso al darse cuenta de que su visión del mundo se agrieta, el psicoanalista trataría de agujerear la teoría, hacerla estallar, resquebrajarla para que la experiencia sea siempre nueva, en toda su singularidad.  


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