lunes, 3 de agosto de 2015

La ocurrencia (libre) de la creación poética


La explicación de tu queja está, me parece, en la coacción que tu entendimiento impone a tu imaginación. Debo aquí esbozar un pensamiento e ilustrarlo con una metáfora. No parece bueno, y aun es perjudicial para la obra creadora del alma, que el entendimiento examine con demasiado rigor las ideas que le afluyen, y lo haga a las puertas mismas, por así decir. Si se la considera aislada, una idea puede ser muy insignificante y osada, pero quizás, en una cierta unión con otras, que acaso parezcan también desdeñables, puede entregarnos un eslabón muy bien concertado: de nada de eso puede juzgar el entendimiento si no la retiene el tiempo bastante para contemplarla en su unión con esas otras. Y en una mente creadora, me parece, el entendimiento ha retirado su guardia de las puertas; así las ideas se precipitan por ellas pêle-mêle, y entonces —sólo entonces— puede aquel dominar con la vista el gran cúmulo y modelarlo. Vosotros, señores críticos, o como quiera que os llaméis, sentís vergüenza o temor frente a ese delirio momentáneo pasajero, que sobreviene a todos los creadores genuinos y cuya duración mayor o menor distingue al artista pensante del soñador. De ahí vuestras quejas de infecundidad, porque desestimáis demasiado pronto y espigáis con excesivo rigor.
 
Friedrich Schiller


En 1909, Sigmund Freud agregó este párrafo para la segunda edición de La interpretación de los sueños. Se trata de una larga cita de Friedrich Schiller, en la cual el poeta se expresa acerca de la naturaleza de la creación poética, misma que fue tomada de una carta que dirigió a su amigo Christian Gottfried Körner. Freud relaciona esta creatividad con la actitud que debe tomar el paciente en análisis para permitir que lleguen a él todas las ocurrencias sin crítica alguna. En este sentido, la regla fundamental de la experiencia analítica, que es la de decir todo cuanto se le ocurra al paciente, sin crítica ni juicio alguno de por medio, sería lo más cercano a la creación poética. Ni la filosofía (que busca el análisis por vía de la reflexión, cuya tarea es juzgar y criticar de por medio) ni la psicología (que no toma en consideración el proceder del inconsciente ni la represión) pueden hacer eco de esta experiencia. El psicoanálisis sería el camino de una poética de artista, definitivamente. 

jueves, 9 de julio de 2015

El que no busca, encuentra

Al releer los consejos que Freud proporciona en sus escritos técnicos, recordé el texto “Nuevas vías en la técnica psicoanalítica” de Theodor Reik, escrito en 1932 (publicado en español en Me cayó el veinte, núm. 10). Reik destaca ahí que la esencia del proceso analítico consiste en una serie de conmociones [shocks], cuyo carácter particular puede ser definido por la sorpresa. Ese elemento sorpresivo es el resultado de encontrarse con momentos y circunstancias inesperados, pero que en buena medida ya se sabía de ellos pero se hallaban reprimidos; es decir, es efecto de ubicar ese saber no sabido. “En otras palabras ―dice Reik― la sorpresa es la expresión de nuestra lucha contra cualquier llamado que nos insta a reconocer algo sabido por nosotros de tiempo atrás, que se ha vuelto inconsciente”.

Este factor sorpresa del análisis es recibido, además, con cierta dosis de placer, como cuando alguien escucha un chiste. El analizante puede llegar a sonreír al darse cuenta de cierta asociación que hasta ese momento se le había escapado; de recordar algo que parecía totalmente olvidado; al reconocer que guarda ciertos sentimientos o pensamientos que había omitido o negado; de escucharse a sí mismo desde otra posición subjetiva. La sorpresa surge cuando menos se la espera, en el momento más imprevisto, sin provocaciones ni constricciones a su aparición. En este sentido, bien dice Reik que el que no busca, encuentra.

El elemento sorpresivo que caracteriza a la experiencia analítica, tal y como la vive el analizante, debe poseer un correlato con la escucha del analista. En sus consejos sobre la técnica psicoanalítica, Freud destaca que el éxito del trabajo analítico se asegura mejor cuando uno procede como al azar, dejándose sorprender por los virajes que ocurren durante el análisis, abordándolos cada vez con ingenuidad y sin premisas previas. En este sentido, el analista debe poseer una apertura para aquello que resulta inesperado para el analizante. Esto significa no anticiparse en ningún momento: no prever ni prevenir ni predecir. Hay que permitir que advenga un acontecimiento totalmente nuevo en el marco de un dispositivo analítico. Las formaciones del inconsciente acontecen, no se las puede provocar.

Esto implica, por supuesto, de parte del analista, hacer a un lado las elaboraciones y lucubraciones de carácter teórico. La escucha del analista sería obturada por ellas. Abandonar las premisas, las categorías, los diagnósticos, las fórmulas e incluso las técnicas mecanizadas (aspecto que un Edward Glover no tuvo en cuenta al buscar la estandarización). Incluso la conciencia del analista se convierte en un obstáculo para la escucha. En tanto psicoanalistas, debemos dejarnos llevar por el inconsciente y dejarnos sorprender antes sus manifestaciones. De lo contrario, estaremos haciendo cualquier otra cosa, menos escuchar al otro.  

martes, 5 de mayo de 2015

Sobre la formación del analista

Mucho se ha escrito acerca de la formación del analista a lo largo de la historia del psicoanálisis. A pesar de ello, tan acostumbrados están algunos a la formación de los estudios profesionales, que se llega a creer que la única vía para dedicarse al psicoanálisis es estudiando en alguno de esos centros, colegios e institutos que actualmente ofrecen posgrados en "terapia psicoanalítica", "teoría psicoanalítica" o "psicoterapia psicoanalítica" (sea lo que sea que eso signifique). Incluso, hay quienes saben que no se requiere de una profesionalización para dedicarse al psicoanálisis, pero siguen buscando obtener el papel que los avale en su práctica (como se dice: "papelito habla"). La institución llega a convertirse en esa especie de gran Otro que habría de respaldar su actividad. Pues bien, creo que estos lugares, así como la formación que dicen ofrecer, tienden a perder de vista que lo fundamental del psicoanálisis no es la teoría sino la experiencia analítica, la cual no se obtiene por medio de estudios profesionales de ningún tipo. Sigmund Freud no pudo haber sido más claro al respecto. 

En su escrito “¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la universidad?” (1919), Freud reconoce la satisfacción moral que implicaría la incorporación del psicoanálisis en la enseñanza universitaria, pero sostiene que el psicoanalista puede prescindir de la universidad sin menoscabo alguno de su formación. Esto significa que el psicoanálisis no es un saber que dependa de disciplina universitaria alguna. Son otros los elementos que caracterizan la formación del analista. En cuanto a la orientación teórica, ésta se puede obtener a través del estudio de la bibliografía respectiva (lo cual representa una disciplina propia y no un amo que haga la función de maestro), por la asistencia a las sesiones de las asociaciones psicoanalíticas y por el contacto personal con los miembros más antiguos (ambos aspectos refieren a la incorporación del analista en el medio psicoanalítico). Y la experiencia práctica ―que me parece es lo fundamental del psicoanálisis― se adquiere a través del propio análisis y por el ejercicio clínico bajo control.

De esos elementos formativos, en “¿Pueden los legos ejercer el análisis?” de 1926, Freud destaca que el último se hallaría a nivel de exigencia: “Ahora bien, exigimos que todo el que quiera ejercer en otros el análisis se someta antes, él mismo, a un análisis. Sólo en el curso de este «autoanálisis» (como equivocadamente se lo llama), cuando vivencia de hecho los procesos postulados por el análisis en su propia persona ―mejor dicho: en su propia alma―, adquiere las convicciones que después lo guiarán como analista”. No importando si se trata de un médico o de alguien que provenga del campo de la psicología, la filosofía, la antropología, la lingüística o cualquier otra disciplina universitaria, la principal exigencia para aquel que desee ejercer como analista es el haber pasado por la experiencia de análisis. Del mismo modo, ni toda la teoría psicoanalítica junta, en todas sus múltiples variaciones, puede sustituir a la experiencia analítica. La formación del analista no pasa por una profesionalización de ningún tipo. 



martes, 3 de marzo de 2015

La nave de los locos

Esta es mi nave de los locos
de la locura es el espejo.
Al mirar el retrato oscuro
todos se van reconociendo.

Y al contemplarse todos saben
que ni somos ni fuimos cuerdos,
y que no debemos tomarnos
por eso que nunca seremos.

No hay un hombre sin una grieta,
y nadie puede pretenderlo;
nadie está exento de locura,
nadie vive del todo cuerdo

Sebastian Brant
La nave de los locos


miércoles, 4 de febrero de 2015

A través del estadio del espejo (I)

Algunos antecedentes 


El estadio del espejo [le stade du miroir] fue para Lacan “una escobilla” [une balayette] con la cual entró al psicoanálisis, según sus propias palabras (10 de enero de 1968). Una escobilla que, según Erik Porge, limpia la casa de Freud en lo relativo a la función del yo como núcleo del sistema percepción-conciencia. El texto fue presentado por primera vez en junio de 1936, en la Sociedad Psicoanalítica de París y, posteriormente, en el 14º Congreso Psicoanalítico Internacional en Marienbad, en agosto de ese mismo año, donde la exposición fue  interrumpida por Ernest Jones. El texto final se conoce con el título de “El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia analítica”, publicado en 1949 e incluido en 1966 en los Escritos.

Antes de su redacción, Lacan había frecuentado el seminario de Alexandre Kojève, lo cual le había hecho interrogarse por la génesis del yo a partir de una reflexión filosófica, especialmente en la vertiente hegeliana. De tal suerte que Lacan realiza una lectura de la segunda tópica freudiana (la de las tres instancias: yo, superyó, ello) allegada a los planteamientos de Melanie Klein. Elisabeth Roudinesco destaca que en ese momento sólo existían dos opciones: “una consistía en hacer del yo el producto de una diferenciación progresiva del id, actuando como representante de la realidad y encargado de mantener las pulsiones” que es la veta tomada por la psicología del yo [Ego Psychology]. La otra, en cambio, “volvía la espalda a toda idea de autonomización del yo para estudiar su génesis en términos de identificación”. Precisamente, la segunda veta es la tomada por Lacan.

El estadio del espejo representa en la enseñanza de Lacan uno de los momentos claves —tal vez el más importante— en la concepción del registro imaginario. Sin embargo, el determinismo de las imágenes ya había sido destacado por él en trabajos anteriores. La primacía del registro imaginario se muestra evidente en los textos que se reúnen en Escritos bajo el título “De nuestros antecedentes”. Por ejemplo, entre 1933 y 1934 Lacan publicó en la revista Le Minotaure el artículo “Motivos del crimen paranoico: el crimen de las hermanas Papin” (posteriormente incluido en De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad), donde mencionaba lo siguiente:

Si en el curso de su delirio Aimée transfiere sobre varias cabezas sucesivas las acusaciones de su odio amoroso, es por un esfuerzo de liberarse de su fijación primera, pero este esfuerzo queda abortado: cada una de las perseguidoras no es, verdaderamente, otra cosa que una nueva imagen, completa e invariablemente presa del narcisismo, de esa hermana a quien nuestra enferma ha convertido en su ideal. Comprendemos ahora cuál es el obstáculo de vidrio que hace que Aimée no pueda saber nunca, a pesar de estarlo gritando, que ella ama a todas esas perseguidoras: no son más que imágenes.

Lo mismo sucede en “Más allá del «principio de realidad»” de 1936, donde se encuentra la siguiente afirmación:

Pero el sujeto ignora esa imagen que él mismo presenta con su conducta y que se reproduce incesantemente; la ignora en los dos sentidos de la palabra, a saber: que lo que repite en su conducta, lo tenga o no por suyo, no sabe que su imagen lo explica, y que desconoce la importancia de la imagen cuando evoca el recuerdo representado por ella.

Y en el texto “Acerca de la causalidad psíquica”, pronunciado el 28 de septiembre de 1946 en las Jornadas Psiquiátricas de Bonneval, donde Lacan advierte la función alienante e identificatoria de la imago en la constitución del yo:

La historia del sujeto se desarrolla en una serie más o menos típica de identificaciones ideales, que representan a los más puros de los fenómenos psíquicos por el hecho de revelar, esencialmente, la función de la imago. Y no concebimos al Yo de otra manera que como un sistema central de esas formaciones, sistema al que hay que comprender, de la misma forma que a ellas, en su estructura imaginaria y en su valor libidinal.


Y aún a pesar de que la primacía del registro imaginario ya antecedía a “El estadio del espejo…”, este breve —pero endemoniadamente complejo— escrito es fundamental para el psicoanálisis lacaniano, pues, en buena medida, es la cúspide de cierto momento pero también el inicio de una reinvención del psicoanálisis a través de un artificio.